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viernes, 22 de agosto de 2014

Semana 4: De un extremo a otro en cuestión de segundos.

Muy seguramente podría iniciar esta entrada describiendo, como en veces anteriores, lo que ocurrió en la clase y a partir de ahí relacionarlo. También podría tomar el tema de la manera caótica y pesimista que sostiene que los medios tecnológicos nos controlan hoy en día.

No digo que este postulado no sea cierto. Es verdad que muchos accidentes, desde los más insignificantes (como chocarse con una puerta de vidrio entrando a un edificio) a ciertos que son absolutamente graves y que atentan o perjudican la vida propia y la de otros (es el caso de un conductor que anda por las calles, ya caóticas, de Bogotá texteando y completamente absorbido por Whatsapp).
Tampoco es una mentira que cada vez es menos común ver a los niños jugando en la calle porque pasan todo su tiempo frente a una pantalla, jugando o simplemente como actores pasivos viendo un contenido sin comentarlo, sin interactuar.

El tema que quiero tocar en lo que respecta a la temática tratada en la clase del día miércoles, es el rompimiento de las relaciones del tiempo y el espacio. Me resulta inevitable, cada vez que se habla de las eras de la historia de la humanidad postuladas por McLuhan y se menciona que el telégrafo representa el inicio de la era tecnológica, además de suponer una revolución en las comunicaciones por disminuir el tiempo que era necesario para entregar un mensaje.
Me pregunto, cada que sale el tema, ¿cómo sería si aún tuviéramos que depender enteramente del servicio postal para entregar una carta? Tal vez los románticos empedernidos, fanáticos aguerridos de las novelas de Jane Austen se enviarían cartas con todo el hermoso lenguaje lleno de florituras, perfumarían las cartas y esperarían con ansia las respuestas. Puede que no existiera la crítica constante que se hace a la distorsión que ha sufrido el lenguaje y a la simplicidad con la que se habla ahora de temas como el amor y la misma muerte.
Pero algo queda fuera de duda y de cuestión, sería prácticamente imposible conocer gente fuera de nuestras ciudades. Las distancias serían insostenibles y definitivamente no existiría la llamada aldea global de conexiones. Nadie tendría la necesidad de real de saber otro idioma que no fuera el materno. Solo los ricos y pudientes tendrían grandes bibliotecas en sus casas. Y la distancia de acá a China sería,  real y términos comunicativos, la misma: 14945 kilómetros.

En mi caso particular, puedo decir que sí, constantemente vivo pendiente de Facebook y de Whatsapp, pero en realidad, ¿por qué estamos tan inmersos en estas redes?

Creo que aunque hay problemas para comunicarnos de frente, el estar todo el tiempo frente a una pantalla y tecleando obsesivamente, es solo otra expresión del ser social que es el humano. Nos acostumbramos a la inmediatez de la red y tenemos esa constante necesidad de comunicarnos y acortar distancias.
En experiencia personal, puedo decir que cuando se está todo el tiempo adherido al teléfono... no estamos hablando con 20 personas a la vez. Generalmente hay una sola persona que nos mantiene en vilo. Es obvio que todo exceso es malo, pero hemos evolucionado con esta tecnología y estamos acostumbrados, ya resulta normal.

Es normal ver el mundo a través de una pantalla, pero cuando alguien que quieres está lejos... resulta lo mejor y lo más feliz. Tal vez nos estamos perdiendo de bastante, con seguridad el tiempo no está para ser desperdiciado. Pero considero que inconscientemente todo ordenamos nuestras prioridades a la hora de usar nuestros espacios. Hay que aprovechar lo que se tiene, porque nada es eterno.
No nos excusa de no hablar con quienes están a nuestro al rededor constantemente, o de dejar de observar los pequeños detalles de la vida, que ni por excelente que sea la resolución de un lente podrían captarse en un archivo de .jpg, pero tampoco vale ver siempre el lado negativo de las cosas. Hay tanto positivo y tantas facilidades proveídas por la tecnología hoy en día que vale la pena que sean resaltadas.

El medio aliena, pero también nos despierta, creo que es nuestra decisión cómo lo utilicemos, para procrastinar o para comunicarnos, para criticar o para difundir. Para acortar crueles distancias, o alargar conversaciones sin significado.

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